Toda vez que al techo miran
mis pupilas dilatadas
por las drogas de farmacia
y la constancia en lo oscuro,
me encuentro con dos telarañas
distintas a las de ayeres
(pretéritos imperfectos):
aún no vencidas,
mas baldías, deshabitadas.
Reprocháronme algún día
que la vida no aguantaba
y que la felicidad sería
quimera para mi ser.
Y quizás razón tuvieran
esas voces de cadáver
por mucho que esta conciencia
todavía finja contrario.
Ahora, el vello de mis brazos
se ha hecho nieve
-ya es muy tarde-
y también, decir no tiene,
el que alberga este mi cráneo.
Seco el légamo y los restos,
y me tumbo sobre estiércol
aguardando una respuesta
nuevamente
que sonsacar a la araña
que marchó hacia otras esquinas
y a otros extraños aspira.
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