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Rozas el frío, pero también otras sensaciones térmicas,
cuando apagas el trino de tus ojos.
El bosque te tragó y pasaste unos meses en el hueco de una higuera.
Yo le pedía a los pájaros que te abrieran los labios descarnados.
Hubo un incendio y te negaste a salir, e indemne hoy todavía no lo entiendo.
Ya llevas la muerte marcada en tus encías retraídas, yo llevo una vela encendida
quemándome los pies desnudos.
La cera a gotitas, para no dormirnos, para no perdernos.
El trino, equivalente a cociente periódico
y que era más una red para peces
que un imán, sigue intentándolo.
Revertir la infinidad.
Atravesamos las pesadillas montados en la urraca de Flip y por la mañana
el rey Morfeo pasaba un trapo inmediatamente, sin que yo me diera cuenta.
Una corona de flores (¿augurio de muerte?) se propagó por la casa
y las ventanas
empezaron a encontrarse siempre abiertas.
¿Quién traduciría mis sueños?
Frugal, pero los sueños como vorágines en ocho.
Si la noche es tan real como el día, ¿quién se atreverá a acompañarnos?
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